Por otro lado, al encontrarse en esta zona de transición terrestre-acuática, la vegetación ribereña es muy importante ya que ofrece diversos servicios ambientales. Por ejemplo, las raíces de los árboles y arbustos en las orillas permiten que la infiltración del agua en el suelo sea mayor, lo que disminuye la erosión de las orillas de los ríos y reduce las escorrentías superficiales, de manera que se recarga el manto freático. Al retener el agua, la vegetación ribereña no solo ayuda a que las inundaciones río abajo sean menores, también mantiene la calidad del agua de los ríos al actuar como filtro, ya que retiene sedimentos, nutrientes y contaminantes, impidiendo que lleguen a las corrientes de agua.
La vegetación ribereña también contribuye a la conservación de la biodiversidad, ya que ofrece condiciones adecuadas para la presencia de una gran diversidad de especies, tanto terrestres como acuáticas, como por ejemplo aves, ranas (anfibios), peces e insectos acuáticos. Por un lado, la sombra de los árboles permite que la cantidad de luz y la temperatura sean propicias para estos organismos, mientras que la hojarasca acumulada en el cauce del río les sirve como sustrato, refugio y/o alimento. Además, por encontrarse a lo largo de grandes extensiones a lo largo de los ríos, la vegetación ribereña forma corredores que favorecen el movimiento de plantas y animales, incrementando la biodiversidad del paisaje.
Durante las últimas décadas, la expansión de la agricultura y la ganadería ha eliminado o reducido al mínimo la vegetación ribereña en muchos ríos, lo que ha modificado la función ecológica que desempeña, y los servicios ambientales que aporta, como la calidad del agua de los ríos. Recientemente, se han realizado estudios en arroyos de la cuenca alta del río La Antigua donde se observaron las características y su funcionamiento, considerando la presencia o la ausencia de la vegetación ribereña. En presencia de vegetación ribereña, se encontró que el nivel del agua fue constante durante todo el año y la calidad del agua era mejor, más transparente, ya que tenía menos sedimentos suspendidos (es decir, estaba menos lodosa) y con pocos nutrientes. En contraste, en ausencia de la vegetación ribereña, se observó que los ríos tenían más agua durante de la época de lluvias, pero disminuía drásticamente en las secas, además estaba más lodosa y con muchos nutrientes y contaminantes.
El estado de salud de un río, y por tanto de la calidad del agua, también se puede analizar a través de la presencia de algunos organismos, como lo son algunas especies de peces, macroinvertebrados y algas llamados “especies indicadoras”, las cuales pueden ser muy tolerantes o muy sensibles a los cambios en la calidad del agua y a la presencia de contaminación. En particular las algas son consideradas indicadores ecológicos ideales, ya que responden rápidamente a las alteraciones en la calidad del agua. Las algas que predominan en los arroyos son las diatomeas, que son organismos microscópicos y se pueden encontrar sobre diferentes sustratos como plantas, piedras y el sedimento de los ríos, entre otros sustratos.
Las especies de diatomeas tienen diferentes requerimientos de nutrientes, temperatura y luz, y varía su tolerancia a las perturbaciones. De esta forma, al identificar la presencia de las diferentes especies de diatomeas, podemos conocer la calidad del agua que corre por el río.
En conclusión, la protección y conservación de la vegetación ribereña genera grandes beneficios tanto para la naturaleza como para los seres humanos. Los humanos nos beneficiamos al tener agua de mejor calidad y cantidad a lo largo del año, y se mantiene y protege la biodiversidad por la conectividad entre ambientes que permite este hábitat tan particular.